Una copa… ¡para cada vino!

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Puede parecer una tontería, pero la manera en que nos tomamos una copa también influye en la experiencia. Y parte de esta experiencia es la copa en la que lo servimos: su forma, su naturaleza y su volumen influyen enormemente en nuestras sensaciones a la hora de catar un vino.

De verdad: un mismo vino servido en copas diferentes (distintos cristales, formas y volúmenes) puede llegar a dar sabores distintos. No quiere decir que un vino mejore solo por estar servido en una buena copa, o viceversa, pero seguramente un buen vino se potencie en la copa indicada.

La copa ideal debe ser de cristal liso y transparente, con el borde fino, un tallo alto para poder sostenerla y un cuerpo largo con una boca más pequeña para poder apreciar bien los aromas. Aquí os contamos qué copa marida con qué vino.

Vinos tintos. Las copas de tinto son lo suficientemente grandes como para llenar sólo la tercera parte, que es la cantidad perfecta para apreciar el vino. Su forma redondeada concentra los aromas.

Vinos blancos. Tienen el pie más largo para evitar que al sujetarlas se caliente el vino. Son algo más pequeñas y estrechas que las de vino tinto y deben llenarse menos de la mitad, para mantener el vino frío.

Champagne. Conocida como flauta, la copa del champagne es alta, de cuerpo largo y corta de pie. Es la más tradicional para el vino espumoso. Su gran profundidad y poco diámetro hacen que las burbujas duren mucho más tiempo en la copa.

Oporto o Jerez. Ligeramente aflautada, de tamaño medio y pie corto, encausa el aroma del vino hasta la nariz. Se sirve hasta la mitad y también se usa para vinos dulces.

Coñac. De amplia cavidad y pie muy corto, esta copa está diseñada para acomodarla en la mano y mantener templado su contenido. Se llena hasta un tercio de su capacidad.

Vermú. Corta y de boca ancha, a medida que se acerca al pie se va estrechando. También es ideal para algunos cócteles.