Quien en marzo no poda la viña…¡pierde la vendimia!

 

Hemos dicho muchas veces que se trata de nuestra época favorita del año, ¡y no queda mucho para que, por fin, dé comienzo la vendimia!

Pero aunque la vendimia se haya convertido en una actividad de enoturismo, hay que saber que la recogida de la uva es un proceso serio, largo y que empieza por entender la propia raíz del viñedo.

Por ello, los diferentes pasos que hay que tener en cuenta en el proceso de elaboración, recogida y cosecha, influyen en el vino final.

El origen conocido del vino data de hace miles de años, por lo que, aunque el cultivo de la vid como lo entendemos hoy en día es relativamente reciente, la vendimia tiene su origen en el origen del vino. Tanto, que los primeros escritos documentados de la vendimia son inscripciones egipcias.

El período de vendimia varía según el hemisferio y, al igual que en nuestro hemisferio se realiza entre julio y octubre, en el hemisferio sur tiene lugar entre febrero y abril. Esto se debe al grado de maduración de la uva, que determina el momento óptimo de inicio de la vendimia.

El grado de maduración, por su parte, depende de la relación entre los azúcares y los ácidos de la fruta, que han de alcanzar el valor óptimo para el tipo de vino que se desea producir.

Los factores que determinan este grado de maduración son las condiciones climáticas (lluvia, sol, temperatura, viento), la localización (latitud y altitud), la región (tipo de suelo, ríos) y el tipo de uva.

Hay muchas variedades de uva distintas, cada una con sus características y, por tanto, con sus necesidades para la vendimia.

El proceso de maduración tiene una duración aproximada de dos meses desde el “envero”, mientras las uvas aumentan de tamaño, peso y cambian de color verde a amarillo o rojo.

El tipo de vino que se elaborará dependerá por tanto de una serie de factores no controlables, como la climatología o la zona geográfica, y otros más controlables, como el grado de maduración y la elección del momento de la vendimia.